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El arquetipo del Niño según Jung

El trabajo de Carl Gustav Jung representa una de las obras más completas y complejas acerca del mundo interior del ser humano. En este contexto, su teoría de los arquetipos permanece como una de sus aportaciones esenciales al conocimiento. 

Como sabemos, los arquetipos son patrones universales e innatos que habitan en el inconsciente colectivo de la humanidad, representando experiencias humanas fundamentales que todos percibimos de alguna manera. Jung identificó varios arquetipos clave, como el Sí-Mismo, la Sombra, el Ánima y el Ánimus, entre otros. Cada arquetipo encarna aspectos esenciales de la psique humana y juega un papel crucial en el desarrollo personal y la comprensión del comportamiento humano.

Algunos otros arquetipos esenciales son también: el Anciano, la Mujer Sabia, el Embaucador o el Niño, del que me ocuparé a continuación.

En su obra “Los arquetipos y lo inconsciente colectivo”, Jung nos habla de cuatro características del arquetipo del Niño que podemos rastrear a través de la mitología, los cuentos populares o el arte. Como bien señala el autor, estas ideas surgen también en los sueños y en las producciones mentales que se generan en la psicopatía, siendo las primeras, imágenes que buscan ser comprendidas, y las segundas, cuestiones que parecen delirantes, pero que luchan por encontrar un sentido a pesar de todo.

Los arquetipos, como es el caso del Niño, se presentan en el inconsciente del individuo, sea cual sea su edad, pero también se muestran claramente en los mitos, esos relatos ancestrales que suelen venir cargados de significaciones espirituales.

Veamos pues las cuatro características que señala Jung como constitutivas del arquetipo del Niño.

1 El desvalimiento del niño

Todos venimos a este mundo como seres desvalidos y sin duda, éste es el primer motivo que viene a nuestra mente cuando pensamos en la figura del niño. Jung va un paso más allá y nos muestra el nacimiento como un acto de naturaleza creativa que surge  del encuentro y la fricción de dos opuestos que, por su propia naturaleza, no se comprenden en el fondo. Toda situación conflictiva genera una respuesta de la conciencia, que busca solución. Dicha solución, es decir, el Niño, adquiere un carácter numinoso y salvador. Es el tercer elemento que emerge a partir del choque de la dualidad.

Pero los productos del inconsciente están llenos de fuerza y por eso mismo, son a veces devorados por el propio ser que los trae al mundo (la vertiente oscura de la Madre). Aquí, la naturaleza entra en juego para acoger al niño cuando es abandonado y por eso, en ciertos mitos, éste es cuidado por animales que lo cuidan y protegen.

El desvalimiento es condición necesaria para el Niño, puesto que representa todo aquello que está creciendo para convertirse en ser autónomo. Allí donde el niño interior no es reconocido como parte del ser humano, se instituyen los cultos a los Niños Divinos, que deben ser repetidos y renovados anualmente. Así, los Niños son también quienes traen todo lo nuevo al mundo, puesto que representan la novedad y el progreso. Son la solución del conflicto y emergen en los sueños cuando estamos cerca de dar un paso adelante en nuestra evolución.

2 La invencibilidad del niño

Algo que llama la atención en los mitos relacionados con la figura del Niño es que, al mismo tiempo que se nos muestra como un ser desvalido, también es increíblemente resistente. A pesar de todos los peligros que debe superar, siempre sale adelante, realizando a veces hazañas prodigiosas.

De aquí surgen nuevas imágenes del Niño Divino, y también del héroe, que no deja de ser un niño al inicio de sus aventuras. Jung hace un paralelismo con la alquimia, donde el niño es la piedra pequeña e insignificante que dará lugar a la Magna Obra, cuyo final es convertir al ser humano en la “luz sobre todas las luces”.

Esta idea. alegoría perfecta del Sí-mismo, nos lo muestra como algo pequeño cuando se considera como un fenómeno individual, al tiempo que, como equivalente del mundo, es grande. Todo el proceso de individuación sólo puede comenzar cuando la psique diferencia entre sujeto y objeto, porque sólo podemos ser conscientes cuando nos identificamos y nos separamos (especialmente de las proyecciones). Un proceso que es doloroso, pero necesario.

La idea del Niño nos lleva siempre a ese estado preliminar donde hay oscuridad y aún no se distingue entre sujeto y objeto, donde el ser se confunde con lo inconsciente. Pero ese Niño desvalido contiene, potencialmente, la posibilidad de crecimiento, y para eso uno tiene que sentirse heróico e invencible.

3 El hermafroditismo

Otra de las características del Niño arquetípico es que se trata de una figura que contiene en sí misma elementos masculinos y femeninos de manera indiferenciada, tal como podemos observar en un bebé, o en todas nuestras células, que contienen material genético de nuestro padre y nuestra madre. Es la diferenciación entre los sexos lo que nos hace adultos.

Lo hermafrodita pertenece al reino de lo no-diferenciado. Es la fusión de los opuestos más fuertes y llamativos. Jung nos habla de que el hermafrodita es un superador de conflictos y un salvador. De alguna manera, cualquier arquetipo es un mediador entre lo inconsciente y lo consciente, ya que contiene en sí mismo los opuestos y nos ayuda a reconocerlos.

Este ser primitivo de doble sexo se convierte, a medida que la conciencia se desarrolla, en un símbolo de la unidad de la personalidad, del Sí-Mismo, donde ya no existe un conflicto entre los opuestos, sino una integración.

La conjunción de los opuestos se ha manifestado de diversas maneras a lo largo del tiempo, como matrimonio sagrado e incluso como cópula física, también a través de los misterios antiguos, para acabar convirtiéndose en un símbolo. A partir de cierto punto, el hombre sólo podrá reconocer lo femenino a partir de la proyección sobre la mujer y viceversa.

4 El niño como ser inicial y final

Genii cucullati (Marcus Cyron en Wikimedia Commons)

La figura del Niño aparece también conectada con los dos extremos de la vida humana. Su identificación con el inicio de la vida es evidente. Pero también hay que recordar cómo los mitos, los ritos y la iconografía relativa a la muerte se vinculan con la imagen infantil.

Jung nos habla de los genios encapuchados que se encuentran en las tumbas antiguas, así como otras deidades ctónicas como los cabiros. Aquí también podemos ver un reflejo de los ángeles-niños que adornan los enterramientos actuales. Estas figuras se relacionan con el símbolo del delfín y las criaturas marinas, puesto que la muerte está vinculada con el mar, símbolo supremo del inconsciente y de la Madre.

Morir es zambullirse en el inconsciente, tal como hacemos cada día al dormir y soñar. Y el inconsciente comprende todo lo que hay antes del ser humano y todo lo que viene después.

En el proceso de individuación, sea éste espontáneo o provocado, el ser humano pasa por todas las etapas del símbolo infantil. La persona debe volver a la infancia, al “niño interior”, desvalido e incomprendido, para emerger luego como héroe de su propia historia, en un proceso no exento de sufrimiento y gloria. En cada etapa hay riesgos: permanecer como “niño eterno”, o inflar el ego hasta el punto de creerse uno extraordinario. Quedar atrapado en el hermafroditismo indiferenciado u obviar nuestra conexión con el inicio y el final de la vida. Pero si sortean esos obstáculos se da un desplazamiento de la conciencia del yo al Sí-mismo, que es el fin último del proceso: convertirse en la mejor versión de lo que uno puede llegar a ser.

Como dice Jung: “[…] el arquetipo del niño expresa la totalidad del hombre. Es lo desvalido y abandonado y a la vez lo divino-poderoso, el comienzo insignificante, dudoso, y el final triunfante.”