Jung reconoce sin duda la enorme importancia que la madre personal tiene sobre la psique individual del ser humano. Pero él da un paso más allá de la visión psicoanalítica sobre la figura materna. Para Jung, el hecho de que la madre sea portadora de una fuerza arquetípica (algo que va más allá de la madre como mujer individual con nombre y apellidos), la convierte en algo realmente poderoso, dotado de autoridad, algo numinoso.
Es decir, que una parte de nuestra herencia materna se refiere a lo que vivimos en contacto con nuestra madre física, a su temperamento, a nuestras sensaciones, sobre todo cuando somos niños impotentes ante ella. Pero otra parte, más profunda, más emocional, más activa en nuestro interior, nos conecta con la idea de la «Madre» arquetípica, tal como se revela en los mitos, en el folklore o en los cuentos de hadas. Esto es algo que tiene un impacto profundo en la imaginación infantil. Y vale decir aquí, que la imaginación (no confundir con la fantasía) representa probablemente el mayor potencial del ser humano.
Así que el arquetipo materno tiene, de manera indudable, un peso considerable, que puede tener hondas repercusiones sobre el hijo. En algunos casos, se genera lo que Jung denomina «complejo materno», que se da cuando «la esfera instintiva del niño está perturbada, quedando así constelados los arquetipos que se interponen como un elemento extraño y a menudo inquietante entre el hijo y la madre».
Hay que señalar aquí que el complejo materno, cuando se da, no es algo «negativo» en sí mismo, sino que se trata de una condición que, aunque generalmente se expresa en sus aspectos menos agradables, puede también tener un desarrollo creativo y sanador. De hecho, hasta cierto punto, todos tenemos sobre nuestros hombros cierta dosis de este complejo, más o menos desarrollado, más o menos visible.
Jung resume el arquetipo materno en el hijo varón en dos extremos posibles: el hombre feminizado y el donjuán. El complejo materno en la mujer es de una naturaleza algo más compleja, ya que la hija ya tiene dentro de sí a «la mujer», y la madre es para ella un ejemplo a seguir o a evitar. No hay que dejar de lado que Jung siempre tuvo un interés muy vivo por la psicología femenina, a diferencia de Freud que manifestaba cierto desprecio por la mujer.
Jung desarrolla el complejo materno de la hija a través de cuatro modalidades, aunque aclara que no pueden tomarse como una clasificación cerrada, sino como una construcción teórica e ideal. Los casos reales, como es lógico, presentan mayor complejidad y mezcla. Estas modalidades se explican a continuación.
La hipertrofia de lo maternal. Se da en aquellos casos en que la mujer se considera a sí misma primera y casi exclusivamente como madre. Para ella, sus polluelos son casi lo único importante y no ve al hombre más que como un fecundador, alguien de poco valor del que puede incluso llegar a prescindir una vez cumplida su función. Son las madres invasoras, las sobreprotectoras. Son las que apenas pueden sobrevivir al síndrome del «nido vacío», pero curiosamente son incapaces de ningún verdadero sacrificio, ya que lo que se impone en ellas es la voluntad de poder (donde no gobierna el eros, gobierna el deseo de poder).
La hipertrofia del eros. Aquí lo que se intenta es sobrepasar a la madre como «mujer», acompañado de un deseo inconsciente hacia el padre. Esto se traduce generalmente en mujeres que desarrollan un «donjuanismo» femenino, cuyo principal motivo de deseo son los hombres ya emparejados. La actividad sexual, la seducción, son motivos centrales, dejando de lado otras expresiones del ser. Jung hace aquí una anotación interesante, y es que se trata de un tipo de mujer sobre la que ciertos hombres proyectan fácilmente su ánima, especialmente aquellos poco conectados con su propia energía erótica.
La identificación con la madre. Este es el caso de aquellas mujeres que proyectan toda su vida sobre su madre. Para ellas no hay instinto maternal, como en el primer caso, ni erótico, como en el segundo. La madre es una personalidad superior, que para la hija es inalcanzable. Así que vive permanentemente a la sombra de la madre. Ella se niega a sí misma la maternidad, y tampoco busca relaciones sólidas con los hombres. Ahora bien, de manera paradójica, se trata de mujeres atractivas para ciertos varones, ya que son un buen receptáculo para cualquier proyección de la mente masculina. Esto se debe a que son personas ambiguas, misteriosas, apáticas, desvalidas, «mosquitas muertas», que, a los hombres ambiciosos, a los «machos alfa» les parecen fácilmente manejables. En otros casos, se trata de mujeres que nunca llegan a tener una vida plena.
La defensa contra la madre. El lema de estas mujeres parece ser: «lo que sea, pero nunca como mi madre». Aquí la energía del eros contiene cierto resentimiento. Como en el caso anterior, son personas que no llegan a tener una vida plena, pero aquí esta carencia no se produce por estar absorbida en la visión de la madre. Lo que sucede en este caso es que ella sabe lo que «no quiere», pero no sabe lo que quiere. Un modelo negativo no construye necesariamente un contramodelo positivo. Incluso la elección de una pareja puede ser un medio para separarse de la madre, pero no se debe a una elección adecuada del esposo. En ciertos extremos, es habitual que se trate de personas que viven todo con dificultad: las relaciones, el trabajo, la maternidad, la vida cotidiana, etcétera, lo que genera una constante y sorda frustración e impaciencia.
Jung explica con cierto detalle algunas características de esta defensa, que me parecen relevantes, puesto que se trata de una modalidad que observo con cierta frecuencia en la actualidad. Por ejemplo, habla del rechazo a la madre como familia, que hace huir a la mujer de todo lo que signifique crear un vínculo familiar propio; el rechazo a la madre como útero, que se manifiesta como miedo al embarazo, problemas ginecológicos, dificultad para concebir, etcétera; el rechazo a la madre como materia, que se expresa en desaliño a la hora de vestir, dificultad para manejar herramientas, sensación de ser una persona poco práctica, etcétera. En ciertos casos, lo que se pretende es superar a la madre en el terreno intelectual, persiguiendo todos sus errores, corrigiéndola, haciendo que se sienta inferior o inculta, etcétera.
Versión creativa del complejo materno
Ahora bien, el complejo materno tiene también una versión creativa, que surge cuando la persona trabaja sobre el arquetipo interior y actualiza sus contenidos a la luz de una conciencia creciente.
En el caso de las mujeres, un complejo materno llevado a una expresión positiva, conduce en unos casos a la manifestación de una maternidad sana, que cuida de los hijos con amor, pero entendiendo que se trata de seres cuyo destino es el de abandonar el nido, llegado el momento. También es la esposa en el sentido más elevado de la palabra, es decir, la mujer que separa al hombre de su madre para convertirlo en su pareja y su amante. En este sentido, es un agente de transformación que es muy necesario para el hombre. Desplegando su eros, ella salva al varón de su tendencia a caer en el racionalismo extremo, le reconcilia con el cuerpo, con la vida y con la materia, ya que la mujer es la portadora de la vida y la revitalizadora.
La mujer se transforma de este modo en sustentadora, creadora y acogedora. Es el núcleo que hace que el mundo sea más humano, productivo y digno de ser vivido.
En aquellos casos en que la mujer ha vivido absorbida por la imagen materna, sea por identificación o en defensa contra la misma, cabe la posibilidad de desarrollarse como «sólo-hija». En otras palabras, encontrarse a sí misma, descubrir su naturaleza individual, ser fiel a sus gustos, crecer en amor y sabiduría. Ahora bien, en ciertos casos, ella también debe ser «arrebatada» a su madre, ya que del mismo modo que una mujer puede salvar a un hombre de sí mismo, ella también debe permitir que un hombre la salve de la identificación con su madre.
Y es que este es, para mí, una de las claves que aporta Jung a la visión de las relaciones humanas: nos necesitamos. Pensar que uno puede caminar solo siempre, que no necesitamos al otro, es creer en un imposible. Entre el hombre y la mujer, cada uno tiene la llave que abre la cerradura del otro. Pero se requiere amor, conciencia, paciencia y humildad para permitir que las llaves puedan encajar y girar en la dirección correcta.