Samsara es un término sánscrito-pali que significa literalmente «vagabundear», o bien «movimiento continuo» o incluso «flujo permanente». Se trata de un concepto fundamental en diversas religiones originarias del subcontinente indio, tales como el hinduismo, el jainismo, el sikhismo y, por supuesto, el budismo.
Dentro del budismo, el término samsara se ha interpretado como una definición del fenómeno de la existencia cíclica, de la repetición de las vidas en este mundo. Así, el samsara implicaría el estado en el que viven todas las conciencias antes del despertar, del descubrimiento de la propia naturaleza búdica y de la liberación completa del sufrimiento (nirvana).
Pero de un modo más preciso (y más profundo), el concepto de samsara se explica también como la tendencia de la conciencia humana a crear realidades y a vivir en ellas. El samsara no sería así un lugar ni un estado, sino un proceso de continua creación de realidades. En ellas, la conciencia queda atrapada dentro de unos límites que ella misma se impone, y que le impiden la visión de la luz que surge del estado despierto de la conciencia.
Dentro de la escatología del budismo tibetano se habla de los seis reinos del samsara, término que indica los diversos niveles de realidad en los cuales puede un alma renacer tras el paso por el bardo de la muerte. Los seis mundos de existencia samsárica representan distintas formas de vivir la realidad. Son estados de aferramiento, de estupor, de distracción, que nos disuaden de disfrutar de un estado abierto de la mente. Representan la prisión en la que nos encerramos nosotros mismos cuando decidimos no mirar la realidad última.
Crear nuevas realidades y vivir dentro de su marco de referencia implica un esfuerzo, y también provoca una gran dosis de sufrimiento. Sin duda, existe una parte creativa en todo el proceso, por ejemplo, la creatividad necesaria para tener celos, que implica el proceso imaginativo de ver a otra persona como una amenaza, buscar formas de proteger lo que se desea como propio, etc. Pero esta creatividad, no conduce en última instancia más que al sufrimiento porque está basada en ideas y sentimientos aflictivos.
La enseñanza de Buda, el camino del despertar, consiste precisamente en la liberación de los sentimientos que producen estos estados mentales, saliendo así del condicionamiento que nos obliga a experimentarlos una y otra vez.
Aunque tradicionalmente se considera que estos reinos son estados reales, también podemos entenderlos como una metáfora de diversas actitudes mentales emocionales que tenemos hacia nosotros mismos y hacia la realidad. Así, uno puede habitar en varios de ellos a lo largo de cualquier día, aunque hay una cierta tendencia personal a vivir en unos u otros. Estos reinos son el mundo de los dioses, el de los semidioses o asuras, el de los seres humanos, el de los animales, el de los espíritus hambrientos, y por último, el mundo de los infiernos.
El reino de los dioses (Devas) es el de la felicidad y el orgullo. Sus habitantes son tan poderosos que recuerdan a los dioses de cualquier ciclo mitológico, aunque con algunas diferencias fundamentales, y es que los devas de la tradición budista son seres mortales, no son omnipotentes, ni tampoco son creadores.
Este reino se fundamenta en el ego, en la sensación de que existe un yo y en la absorción mental que se produce a partir de ahí. Es un mundo donde se alternan la esperanza y el miedo, donde se vive en una constante ansia por lograr el éxito y por huir del fracaso. Mientras haya éxito, será un lugar agradable en el que el placer está garantizado, pero la cara amarga del fracaso posible hace que la dicha nunca sea completa.
El reino de los semidioses (Asuras) es el mundo de los celos, la batalla y la racionalización del mundo. Los asuras viven una vida mucho más placentera que los seres humanos, pero sufren de envidia hacia los devas, que a su vez los ven como seres inferiores, tal y como los humanos perciben a los animales.
Este reino se fundamental en la paranoia, en la sensación de que todos son nuestros enemigos y que por ese motivo conviene estar en guardia. Es un mundo militarizado, basado en la mentalidad del guerrero. Los asuras siempre creen ver la parte oculta de todo, y si esta no existe, si todo está claro, la inventan. Es un mundo de comparaciones y de sospechas.
El reino de los seres humanos (Manusya) está basado en la pasión, el deseo y las dudas. Se entiende que este es el reino en el que vivimos las personas y se percibe como uno de los mejores para lograr el despertar, ya que dispone de muchas posibilidades favorables.
Este es un mundo muy mental, muy ocupado y perturbado. El ser humano es consciente de todos los reinos que están por debajo y por encima de él y sin duda, añora los placeres que son inherentes al reino de los dioses o incluso al de los asuras. La pasión surge cuando la persona desarrolla un sentimiento de carencia, de anhelo. Existe aquí una atención selectiva, en la que el ser humano cree tener una personalidad propia, lo que le lleva a criticar a aquellas personas que son diferentes a él, o bien toma a otras personas como modelos.
El reino de los animales (Tiryag-yoni) se cimenta en la estupidez y los prejuicios. Está formado por todas las criaturas animales no humanas que pueblan el planeta. En general, los humanos ven a los animales con el mismo sentimiento de superioridad con que los devas se comparan con los asuras.
La mentalidad animal es muy directa y sincera, pero carente de todo tipo de sutileza, y por ello, poco inteligente. Sigue el juego tal como se le presenta, sin intentar realizar ningún cambio en las reglas. Cuando hay un obstáculo, la mentalidad animal empuja hacia delante, sin preocuparse de si ese esfuerzo es útil ni de las consecuencias del mismo. Sigue las normas de la comunidad y carece de sentido del humor.
El reino de los fantasmas hambrientos (Preta) se basa en la posesividad y el deseo no satisfecho. Los seres que pueblan este reino se denominan «fantasmas hambrientos» por su incapacidad para disfrutar de la comida o la bebida. No importa cuánto se alimenten, ellos siempre necesitan más. De hecho, en algunas representaciones pictóricas se les muestra como seres de largos cuellos, para dejar clara cuál es su condición de seres insatisfechos.
Este es el reino del consumismo y la falta de medida. Es un mundo donde los seres se sienten miserables, pues siempre hay algo que les falta para llegar a ser lo que desearían. Los sentimientos de insatisfacción provocan comportamientos egoístas y acaparadores.
El reino del infierno (Naraka) está constituido por los sentimientos de odio. La visión del infierno en la cosmogonía budista difiere de la de otras religiones en el sentido de que los seres que se castigan viviendo en él no están atrapados ahí de manera permanente. Este es un reino temporal, creado por la propia conciencia, y que se puede abandonar a condición de que se libere todo el karma negativo y que el alma se abra a su propia realidad despierta.
Los infiernos están poblados por seres agresivos que han perdido cualquier referencia de por qué odian o de a quién están dañando. Es un territorio de la conciencia completamente desordenado, en el que los sentimientos aflictivos se dirigen tanto hacia los demás, como hacia uno mismo. Este estado produce sensaciones de ahogo, de claustrofobia, de tortura dirigida autoinfligida, en el que no hay un espacio donde los seres puedan pararse o buscar sosiego. Se trata sin duda del peor de los reinos posibles.