El concepto junguiano de alma nos habla de la existencia de una personalidad interior, un acompañante con el que el yo puede llegar a tener una relación como si se tratara de un personaje externo.
En esta visión (que es fluida y cambiante, porque en el interior del ser no hay compartimentos estancos), la sombra, nuestra parte oscura y negada surge como contrapunto del yo. Del mismo modo, el alma es la imagen especular de la persona o máscara social.
La persona es aquella parte del individuo que está en contacto directo con la realidad externa, actuando al mismo tiempo como escudo y como elemento de integración social. Pero cuando el yo se identifica demasiado con ella, corre el riesgo de perderse en el mundo de los ideales colectivos y las exigencias sociales. Encontramos así a esos individuos que parecen estar representando un papel en la vida, marcado por ciertas normas e incapaces de ser “auténticos”. No en vano, la palabra “persona”, en su origen, designa a las máscaras del teatro griego.
Cuando los componentes del alma actúan, tienen un efecto catártico sobre aquellos que viven demasiado apegados a su persona, puesto que se presentan como emociones desordenadas y caóticas.
Jung usó la palabra latina ánima para designar al alma, vista desde esa perspectiva. Una de las funciones del ánima consiste en dirigir al hombre al encuentro de su mundo interior, del mismo modo que, en la literatura, Dante se dejó guiar por su amada Beatriz en el viaje que se muestra en la Divina Comedia.
Siendo el ánima una figura femenina en la psique del varón, debe existir una figura similar en la psique de la mujer, pero de género masculino, a la que Jung denominó ánimus. Al conjunto de ambas figuras, lo denominó con un término tomado de la mitología y la astronomía: sizigia.
Tanto el ánimus como el ánima son aspectos más evolucionados y profundos que aquellos que representa la Sombra. Nos introducen directamente en el reino del inconsciente colectivo, ya que la identidad sexual de cada persona se conforma no sólo en contacto con la imagen del padre y la madre, sino con las imágenes, más poderosas, del inconsciente colectivo. Si rastreamos las historias de los dioses y las diosas en la mitología, encontraremos muchas claves para entender nuestras propias imágenes internas de lo masculino o lo femenino.
Un tema importante que se relaciona con la sizigia es que supone el primer factor de proyección del ser humano. Cuando tratamos con las personas del sexo opuesto, nuestra primera tendencia, consiste en proyectar sobre ellos nuestra ánima o ánimus, según sea el caso. Pero estas proyecciones representan, en primer lugar, un factor que predispone al encuentro. El hombre se verá atraído por las imágenes del ánima que ve (o creer ver) en una mujer determinada, y la mujer hará lo mismo con su ánimus proyectado sobre un hombre.
A medida que la relación se desarrolle, los aspectos del alma individual, se harán más patentes en la manera en que ambas personas se relacionan entre sí.
Es fácil reconocer a la figura anímica en los sueños, porque se presenta con una intensidad numinosa muy especial. Es una figura que muestra comportamientos cargados de un alto valor emocional y afectivo que corresponde con lo sagrado.
Jung nos cuenta que la relación entre el ánimus y el ánima es siempre “animosa”, o sea, emocional. Y lo emocional nos baja al nivel de lo instintivo y lo colectivo. Nos aleja de lo individual. Por decirlo con otras palabras, cuando nos relacionamos con el otro desde el plano del ánimus y ánima, dejamos de ver a la otra persona tal como es, y proyectamos sobre él o ella, ideas que no son más que generalizaciones: “los hombres se comportan así o las mujeres de esta otra manera”.
Cuando el varón se ve inundado por el ánima, se manifiesta de un modo torpemente sentimental, malhumorado y resentido. La mujer, atacada por la fuerza de su ánimus, tiene “opiniones” sin fundamento, lanza insinuaciones e interpreta las situaciones de la peor manera posible. Ambos comportamientos buscan cortar la relación. Es la manera que tienen uno y otro de volver al espacio seguro que suponen la madre de él o el padre de ella.
En un plano más positivo, los sucesivos encuentros con las personas del sexo contrario, van transformando las imágenes interiores del ánimus/ánima interior. A partir de aquí, es posible poner conciencia en estas imágenes internas, saliendo del ámbito de las emociones primarias, para comenzar un camino de conocimiento interior.
Ánima y ánimus
El ánima se expresa positivamente a través de la inspiradora o la musa. Negativamente, a través de la bruja malvada. Manifiesta temas como el apego a la naturaleza, la inspiración, la intuición, el amor a los otros, el cuidado y la sensibilidad. Un hombre conectado con su ánima interior (con su alma), está en contacto con estas experiencias. Es el “eros” que surge a partir del eros materno y el ánima paterna.
A medida que el varón va evolucionando, manifiesta diferentes versiones del ánima interior, que marcan las relaciones con las mujeres de su vida.
- La mujer primitiva, en la que lo más atractivo es el físico. Se trata de atracciones de tipo instintivo donde el hombre se ve atrapado por sus emociones y deseos. Se proyecta sobre mujeres atractivas o con atributos sexuales muy evidentes.
- La mujer de acción, donde predomina el elemento activo. Suelen ser rivales para el hombre, que se vincula a ellas para ser dominado por su presencia. También hay quien asocia este nivel con la figura de la “amada ideal” que no puede ser alcanzada.
- La sublimación del sentimiento y la maternidad. Son figuras que se relacionan con el amor incondicional y el cuidado. Pueden tener tanto aspectos positivos (la Virgen), como destructivos (Kali). Son capaces de dar vida al hombre y también lo pueden destruir.
- La mujer sabia. Es el arquetipo de la Sophia o de Atenea y corresponde a una sabiduría trascendente que aúna lo emocional con lo espiritual y lo racional. Es la mujer con experiencia, estable y centrada. La gran madre.
El ánimus por su parte corresponde al mundo de la inteligencia y el espíritu. Es racional, justo y preciso en su percepción de la realidad. Se mueve por convicciones interiores que son fuertes y espontáneas. Su polaridad positiva es creadora y estructuradora, y se expresa a través del arquetipo del maestro interior. Negativamente, se manifiesta como un hombre violento que trae el dolor y la muerte. Surge del logos del padre y del ánimus materno.
Como sucede con el ánima, el ánimus femenino se desarrolla también en cuatro etapas, según sea el nivel evolutivo de la mujer. Estas etapas corresponden a sus proyecciones acerca de los hombres, hasta llegar al punto (ideal) donde no hay proyección alguna.
- El hombre primitivo, dominado por la fuerza física. Implica atracción por hombres corpulentos, viriles, que se perciben inconscientemente como protectores, aunque pueden ser violentos.
- El seductor o el poeta, donde los aspectos activos adquieren relevancia. Aquí nos encontramos con imágenes como la del aventurero, el cantante romántico, el actor, pero también el donjuán.
- El portador del verbo. Se trata de la atracción hacia hombres que saben expresarse, aparentando inteligencia y conocimiento. También son personas que gozan de reconocimiento social y seguidores. Es el profesor, el conferenciante, el orador, el político o incluso el líder religioso.
- El sabio. Es un mediador de la experiencia espiritual para la mujer, puesto que no es sólo un hombre que conoce la teoría (como en el escalón anterior), sino la práctica. Representa una figura del mago, el maestro espiritual o simplemente, el hombre con experiencia.
Cuando se hace un trabajo de distanciamiento y observación del ánima/ánimus, la persona encuentra la capacidad de vincularse con el otro desde una forma más personal y auténtica, libre de proyecciones y fantasías. Esta integración interior, que la mujer suele hacer a través de su sombra, y el hombre, a través de su persona (aunque no siempre es así), permite encontrar los aspectos más elevados de cada arquetipo: el viejo sabio (ánimus) y la gran madre (ánima).
Aunque hay que aclarar que este encuentro, no es, ni mucho menos, el final del proceso de individuación. Pero sí se trata de una etapa trascendental.