¿Cómo hacemos para expresar los sentimientos negativos que nos provoca algún aspecto de la relación con otra persona? La respuesta sencilla es: diciéndolo y ya está. Pero la realidad es que, en muchas ocasiones, no es tan fácil.
La primera cuestión a valorar cuando surgen estos conflictos interiores («lo digo, no lo digo»), consiste en entender que todo lo que surge en nuestra vida, surge para algo. Las situaciones fáciles nos dejan en nuestra zona cómoda, las difíciles nos obligan a salir de la madriguera.
Así que la duda siempre nos está poniendo en una posición donde podemos descubrir nuestras vulnerabilidades, nuestros miedos, nuestras creencias y también la realidad acerca de las relaciones que estamos viviendo, una realidad que muchas veces no queremos reconocer.
El miedo esencial a la hora de expresar algo doloroso es el miedo al rechazo («si digo lo que siento, no me querrán»). Es un miedo normal, porque los seres humanos nos entendemos a través de las relaciones con otros seres humanos. Los vínculos son necesarios y la ruptura de los mismos siempre se vive como un desgarro interior. Por eso es fácil decir las cosas cuando el otro no nos importa, pero todos nos volvemos más temerosos cuando lo que está en juego es un vínculo muy valorado.
Por tanto, el miedo al rechazo no es algo negativo, sino que se trata de un sistema de seguridad interior que nos evita cometer excesos que luego lamentaremos. Ahora bien, ¿debe ser tan fuerte como para evitar afrontar los asuntos delicados? Todos sabemos que lo que no se dice, se pudre dentro del corazón y a la larga, causa más perjuicio que el queríamos evitar. Así que la primera barrera a saltar es ese miedo, y no queda otro remedio que hacerlo, a menos que queramos dañar la relación.
Por eso, en ocasiones, es bueno darse permiso para ser «malo» o «mala», pasando por encima de una falsa bondad que sólo nos perjudica a nosotros. Porque no decir las cosas, hace que la otra persona no nos entienda (nadie tiene tanta telepatía). Pero tampoco le ayuda a cambiar, si es que hay algo que deba cambiar. No hablar no nos ayuda, pero tampoco es beneficioso para la otra persona.
En una relación estrecha entre dos individuos, si uno tiene un problema, lo tienen los dos. Así que no vale decir: «si te sientes así conmigo no es asunto mío», porque sí lo es. Sea correcto o no, sea justo o no, sea conveniente o no, hay algo que resolver. En estos casos, o se solucionan las cosas o el vínculo acaba por romperse.
Por supuesto, entra aquí también en juego la autoestima («si me abandonan, nadie querrá estar conmigo») y en este sentido, aprender a convivir con la soledad en algún momento de la vida es una vacuna muy efectiva. Quien sabe estar consigo mismo nunca tiene miedo a perder los vínculos.
En ocasiones, lo que encontramos, tanto en la otra persona como en uno mismo, es un pensamiento más insidioso: «¿y si no tengo razón?». Pero es que los sentimientos y los razonamientos no siempre viajan por el mismo camino. En otras palabras, los sentimientos no son «razonables». Simplemente, son. Si te sientes mal con alguien por algo, no hay ningún razonamiento que cambie la situación.
Quizá es una herida que tiene que ver con una parte inmadura de tu ser, pero si te duele y no sabes resolverla ¿de qué te sirve que te culpen de esa inmadurez? Habrá que resolverla y hasta que se resuelva, habrá que convivir con ella.
Que los sentimientos no sean siempre razonables no quiere decir que no estén motivados, así que antes de expresarlo a la otra persona, es necesario que busques el por qué algo te hace sentir mal. En ocasiones, esta búsqueda del motivo no es fácil, pero sin ella cualquier diálogo se queda cojo.
En general no hace falta dar grandes explicaciones, sino que es más fácil decir simplemente «esto no me ha hecho sentir bien por este o aquel motivo», y ya está. Si tus motivos no son válidos para la otra parte, es algo a tener en cuenta, pero al final, ignorar el tema no es una solución.
En ocasiones, no decimos lo que sentimos porque sabemos que la otra persona no nos va a dar la razón, y la verdad es que no tiene por qué. Cada uno experimenta la vida desde lo que conoce, y el hecho de que para ti sean importantes unas cuestiones, no hace que también sean importantes para los demás. En este caso, lo que cuenta es que entiendas cuáles son los valores comunes y cuáles no. Y recuerda que los valores son más importantes que las opiniones. Puedes vincularte con personas de ideas diferentes, pero es difícil hacerlo cuando los valores no coinciden, porque simplemente se viaja en direcciones opuestas.
Una clave a observar también es que expresar lo que sentimos tiene consecuencias, y tenemos miedo a las consecuencias. Pero hay que entender que todo tiene consecuencias. Guardar silencio también las tiene, sobre todo para el propio bienestar o para la propia salud. Así que hay que valorar cuánto es el coste del silencio y cuánto el de la expresión. Si se trata de algo que causa gran dolor emocional, siempre es más rentable hablar.
Ahora bien, la expresión de esos sentimientos requiere un contexto adecuado. Así, lo normal, sobre todo entre personas que se aprecian, es que las críticas se hagan cara a cara, con respeto y en privado (y no, las redes sociales no son un sitio privado). Así que no es de extrañar que alguien reaccione de manera hostil cuando esa privacidad no se respeta. Tampoco es recomendable hablar de temas profundos por medio de mensajes. Aunque sean opciones cómodas, sobre todo porque nos evitan la exposición, es difícil que por esos medios se alcance ningún entendimiento.
Existen muchos medios para expresar lo que se siente, y cada cual debe buscar el modo que sea más adecuado con su forma de ser. Pero el modo más simple de hacerlo podría ir por este camino:
- Habla de hechos ocurridos, no de características de la persona. Por ejemplo: «esto no me gustó», en vez de «no me gusta que seas de esta manera».
- Acepta que la otra persona diga no entender o que reaccione con justificaciones. Concédele un poco de margen para que salve su orgullo. Dale un poco de tiempo para que reflexione.
- No esperes que los demás vean el mundo como tú, basta con que entiendan la manera en que tú lo ves (y tú debes hacer lo propio).
- Hay relaciones que no tienen futuro, y hay que empezar a asumirlo cuanto antes.
- Hay vínculos que se pueden salvar, pero siempre que se respete la visión de ambos.
Por último, hay un asunto inevitable cuando se aborda el conflicto con alguien, y es que se trata de un test de la propia relación. A las personas se las conoce a través del «no». Es la forma de gestionar los noes, lo que hace que una relación (del tipo que sea), crezca o se estanque.
Muchas personas asimilan «ser bueno» con «estar callado», y la realidad es que la única forma de crecer en las relaciones es compartiendo la verdad de cada cual, por el bien de todos. Eso implica que en algunos momentos tenemos que hacer limpieza y quedarnos solos, pero es que épocas nuevas requieren a veces vínculos nuevos.
Es cierto que los seres humanos tenemos la rara habilidad de hacernos daño unos a otros, aunque también es cierto que las personas que tienen más éxito en sus relaciones son aquellas que mejor saben manejar los sentimientos dolorosos.