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La familia como sistema viviente

Una de las claves esenciales de la visión psicogenealógica consiste en la observación de la familia no como un conjunto de elementos aislados, sino como un sistema.

El fundador de la Teoría de Sistemas, Ludwig von Bertalanffy definió al sistema como un conjunto de elementos interrelacionados en el cual, toda modificación acontecida a uno de los elementos entraña la modificación total del sistema.

De este modo, aunque nuestra tendencia sea la de considerarnos como individuos aislados, difícilmente nos podemos entender fuera del sistema y la dinámica del clan al que pertenecemos o de la familia que construimos con el tiempo.

Todo sistema familiar está expuesto a dos tendencias contrapuestas. Por un lado, está la propensión a mantener el orden heredado. Es decir, el deseo de que no haya cambios sustanciales ni movimientos que pongan en peligro la estabilidad del clan. En otras palabras, que se sigan las normas no escritas que vienen heredadas de generaciones anteriores.

Por otra parte, existe la necesidad de romper las normas, de expandir los horizontes y de introducir el cambio y el riesgo. Esto sucede, por ejemplo, cada vez que alguien externo es admitido, por vía de matrimonio o adopción, dentro de un clan.

Ambas predisposiciones son sanas y naturales, pero por su propia naturaleza contrapuesta, ambas están destinadas a chocar continuamente. De hecho, es normal observar, dentro de una familia, cómo algunos miembros parecen encarnar el papel más conservador mientras otros enarbolan sin rubor la bandera del cambio.

En realidad, tanto el deseo de estabilidad como la necesidad de la renovación son elementos esenciales en la perpetuación de los sistemas familiares. Las normas heredadas dan sentido a la familia y la diferencian de cualquier elemento externo a ella, al tiempo que otorgan una cierta sensación de seguridad y estabilidad. Pero sin la entrada de nuevos valores, de sangre nueva, cualquier familia acaba por perecer ahogada en su endogamia.

Como bien muestra la biología, la propia continuidad física de una familia (como sucede con las especies animales), precisa la entrada de genes diferentes, de variabilidad.

El conflicto que surge entre las tendencias más conservadoras y las más revolucionarias son, en realidad, las dos caras de una moneda, dos energías necesarias para la preservación y para la evolución de la familia. Por ese motivo, la familia es un sistema dinámico, vivo, en continua lucha por la preservación y en permanente necesidad de renovación.

Reconocer aquellos factores que promueven la estabilidad (el contrato no escrito entre los miembros del clan) como aquellos otros que estimulan al cambio, son tareas esenciales en el estudio de nuestro legado generacional.