El gran astrólogo norteamericano Dane Rudhyar (1895-1985), explica que la energía planetaria no se percibe ni se desarrolla de un modo homogéneo a lo largo del tiempo. Hay un proceso de aprendizaje, de percepción e integración de cada símbolo, que puede tardar años, o que incluso no llega a completarse jamás. En concreto, Rudhyar se refiere a tres grandes fases de manifestación e integración:
Nivel inicial. Aquí la energía simbólica del planeta se siente de un modo disfuncional. El símbolo es un «problema» con el que tenemos que lidiar, pero que en líneas generales produce mucho dolor. Esta es una fase de densidad, en la que el simbolismo planetario está enterrado en lo más hondo de la psique y pertenece por tanto al terreno indiferenciado del inconsciente. En esta fase, es muy común experimentar el simbolismo a través de otras personas que nos perjudican o que suponen un reto para nosotros.
Nivel Intermedio. En este punto, la persona comienza a descubrir que el simbolismo planetario pertenece a su propia psique, y deja por tanto de proyectarlo en otras personas. Ya no son los otros los que nos dañan, sino que son nuestros propios hábitos, miedos o condicionamientos los que nos limitan. En esta fase, el problema se observa de manera objetiva y sube a los dominios de la conciencia. No cabe, por tanto, otra salida que buscar una solución. En este momento, la persona está preparada para ponerse en marcha y emprender un viaje en busca de la solución.
Nivel Espiritual. Esta fase simboliza el retorno a casa. Cuando salimos a buscar la solución, descubrimos que esta pasa por un trabajo interior muy profundo. Algunos acontecimientos externos (terapias, cursos, lecturas, maestros), nos ayudan a poner orden en nuestra vida, pero es a nosotros a quienes nos corresponde comenzar a poner en práctica las soluciones. El símbolo es aquí integrado y trascendido. Descubrimos que no hay nada «malo» ni «bueno», sino diversas formas de usar nuestras potencialidades. El simbolismo del planeta, se ilumina, despierta dentro de nosotros y empezamos a comprender que no somos un «yo» limitado, sino que estamos en contacto con todo y con todos, en continuo crecimiento.
Este último paso representa la solarización de la consciencia, el despertar a nuevas potencialidades, que no son sino el preámbulo de nuevas búsquedas y aprendizajes.