La práctica de la atención meditativa, tal como la enseñó Buda hace 2.500 años nos permite entrar en contacto con la mente a través de cuatro aspectos que conviene tener en cuenta.
La atención al cuerpo
Este primer fundamento nos reclama sentirnos en contacto con la existencia, con lo tangible. La definición del «cuerpo» es siempre algo compleja, ya que el cuerpo que creemos tener (denominado tradicionalmente «cuerpo psicosomático») está construido sobre proyecciones y conceptos, no sobre la realidad. Incluso cuando prestamos atención al cuerpo, al inicio de la práctica, nuestra mente está oscilando continuamente entre la experiencia directa del cuerpo y todo tipo de fantasías, lo que produce una percepción inestable acerca del mismo. Estas fantasías surgen tanto de los conceptos que nos han enseñado sobre nuestro cuerpo, social y familiarmente, como sobre nuestras percepciones cotidianas, ideas que se cruzan, etc.
Con el desarrollo de la práctica meditativa va surgiendo, de manera paulatina, una percepción del cuerpo «real», cada vez más libre de conceptualizaciones, cada vez más sencilla y terrenal. Esto se logra a través de la observación imparcial de las sensaciones corporales. En la meditación sentada, se trata de sentir el cuerpo en contacto con el suelo, la respiración, la temperatura, etc. La propia posición acaba por crear una sensación de estabilidad, de solidez, que conecta con el elemento tierra sobre el que nos sustentamos.
La atención a la vida
Desde un punto de vista general, la atención a la vida implica la observación de nuestra tendencia innata a aferrarnos a la vida, a sobrevivir. Este aferramiento se observa aquí desde una perspectiva libre de juicio, desde el reconocimiento de la existencia. El aferramiento afecta a la propia práctica meditativa, pues es fácil volverse demasiado serio con la meditación, o caer en todo tipo de fantasías que hacen que la meditación parezca algo por encima de la vida, o que nos convierte en personas diferentes a lo que somos. Antes al contrario, se trata de conectar con la vida en el presente, en la condición actual, sea cual sea.
La práctica de esta atención se basa en «tocar y soltar», es decir, acercarse a la experiencia de estar vivo y a continuación, separarse de ella, en un proceso constante de acercamiento y alejamiento. Acercarse sin aferrarse, soltarse sin escapar. Permanecemos atentos al objeto de nuestra meditación, y al mismo tiempo, abandonamos esa atención y continuamos. Se requiere para ello una gran confianza, basada en que no vamos a poder atrapar la mente, sino que ella se nos mostrará de un modo espontáneo.
La atención al esfuerzo
La idea del «esfuerzo» parece bastante lejana a la meditación, pues a fin de cuentas, lo que se busca a través de esta práctica es alcanzar una cierta relajación. Normalmente entendemos el esfuerzo como una forma de dedicar nuestra energía a la consecución de una meta concreta, de un modo más o menos obsesivo.
En el contexto de la meditación, la atención al esfuerzo se basa en el concepto budista del «esfuerzo correcto». En otras palabras, se trata de perseverar en una práctica que no siempre es fácil (falta tiempo, hay muchas distracciones), avanzando con firmeza y con seguridad. El esfuerzo se transforma así en algo que está a mitad de camino entre la ligereza de quien intenta olvidar el dolor y la pesadez del que intenta ser demasiado solemne. Se trata de traer continuamente a la mente desde su mundo de sueños a la realidad presente, de un modo serio y determinado, pero no demasiado serio ni determinado.
La razón por la que nuestro esfuerzo ordinario es inerte y agotador es porque continuamente hacemos una verbalización del mismo. Nos decimos «tengo que hacer esto o lo otro», situando al esfuerzo en un marco conceptual fijo, que lo vuelve demasiado pesado. La atención al esfuerzo requiere en cambio un salto o sacudida que no se basa en ninguna verbalización. Uno está meditando, su mente se distrae con cualquier pensamiento, y de repente, un cambio de matiz nos devuelve al presente.
La atención a la mente
El cuarto fundamento, la atención a la mente, intenta mantenernos en contacto con los conflictos que son inherentes a nuestra mente. Al mismo tiempo, esta atención nos ayuda a volver continuamente a la respiración que es la guía a través de todo el proceso meditativo. Implica estar ahí, en contacto con nuestra propia mente, pero sin dejarnos llevar por ella.
Aunque a veces parezca que no, la mente sólo puede manejar un asunto cada vez. Así, en la práctica de la meditación sentada, se trata de observar una porción muy pequeña de nuestra experiencia, algo tan simple como la respiración, el cuerpo y la mente. Se trata aquí de conectar con el pequeño instante que es el presente, con la experiencia personal e intransferible de lo que soy ahora mismo.