Resulta paradójico comprobar que en un mundo tan interconectado como el actual, donde cada persona está siempre «en línea», en cada instante, el sentimiento de desconexión, de soledad, de vacío existencial, sea cada vez más intenso.
No se puede ignorar aquí el efecto que las redes sociales está causando en nuestra manera de relacionarnos tanto con los demás como con nosotros mismos. Un efecto que diversos estudios revelan como más negativo que positivo.
Las comparaciones que tanto afectan a la autoestima, la creación de falsas expectativas sobre los demás, la proliferación de los discursos extremistas y el incremento del narcicismo son sólo extremos de una realidad que a todos nos afecta en mayor o menor medida.
Por supuesto, tanto las redes como internet en general tienen grandes ventajas a las que no tenemos por qué renunciar. Pero sí es preciso hacer un cuestionamiento acerca de cómo queremos usar estas herramientas, de manera que no interfieran en nuestra necesidad de establecer conexiones reales con nosotros mismos, con las demás personas y con el mundo en general.
A lo largo de nuestra existencia, todos vivimos instantes de conexión consciente con algo que es más amplio, más profundo que nosotros mismos. Puede ser en medio de un paseo por la naturaleza, en el silencio de un templo, abrazando a una persona enferma, bailando con alguien en sincronía de cuerpo y corazón, o incluso a través de una videollamada a un ser querido. En estas vivencias no importa tanto el marco como la propia experiencia de la conexión.
Las experiencias de conexión real vienen casi siempre precedidas por una apertura empática, humilde y dispuesta a la sorpresa, y generalmente nos dejan una sensación de gratitud, paz y felicidad. Un sentimiento que se traduce en plenitud.
Estas experiencias resumen muy bien la frase de que «el todo es mucho más que la suma de las partes». Sabemos intuitivamente que dos personas que comparten un sentimiento, o un proyecto, son más que dos.
Dimensiones de la conexión profunda
La conexión se puede realizar en múltiples dimensiones, aunque las más relevantes suelen ser estas tres:
- La primera, es la conexión interior, con el propio ser. Es un encuentro con uno mismo que se suele dar bajo ciertas condiciones, aunque comúnmente se produce en momentos de soledad y generalmente en silencio. La conexión con uno mismo nos permite descubrir partes de nuestro ser que quizás desconocemos y recursos ocultos. Incrementa la autoestima y la creatividad, nos vuelve más fuertes, más autónomos y más resilientes.
- El segundo tipo de conexión es la que se da con otras personas. Un requisito habitual para que se dé este tipo de conexión es la empatía, acompañada de un acercamiento respetuoso y benevolente. La conexión puede ser tanto presencial como a distancia, puede contar con la participación del otro, o incluso se puede desarrollar como un sentimiento en el interior del propio ser. Este tipo de conexiones nos vuelve más amorosos, más sensibles y también más dispuestos a cooperar con los demás. Cuando son positivas, generan sensaciones de felicidad.
- El tercer tipo de conexión es la que se da con el entorno. Los animales, las plantas, la naturaleza, el cosmos en su totalidad, son referentes siempre presentes. A diferencia del contacto con las personas, que no siempre es bienvenido, la conexión con el entorno solo requiere de nuestra intención. Un requisito para realizar esta conexión (que también se da en los casos anteriores) suele ser la atención plena, así como la apertura mental y emocional. Lo que se obtiene a través de estas conexiones es un sentimiento de expansión, de positiva interdependencia, de sanación y de paz.
Otra forma de explicar hacia dónde se extienden los sentimientos de conexión o de unidad, sería dándoles una dimensión horizontal o vertical.
La conexión en el plano horizontal nos une con el tejido de la vida. Aquí es donde percibimos el sentimiento de la mutua interdependencia de todos los seres vivos. Es donde nos hacemos presentes para nosotros y para todo lo que nos rodea. Comprendemos que nuestro mundo existe gracias a la cooperación de infinitos elementos, desde el aire que respiramos hasta las personas con las que nos cruzamos.
Por ejemplo, toda sociedad se basa en la confianza mutua, sin la cual, ninguna interacción es posible. A medida que recuperamos la conexión con esta realidad, somos cada vez más conscientes de que el «yo» en el que nos refugiamos tiene escaso control sobre nuestra vida. Es más, cuando ese yo se vuelve demasiado exigente, provoca sentimientos de vacío, depresión, ansiedad e incluso comportamientos compulsivos (también adicciones).
La conexión en el plano vertical nos une a sentimientos expansivos de amor y paz. Aquí es donde surgen aspectos como la creatividad, la inspiración y la elevación espiritual. Es el terreno donde nos sentimos en armonía con aquello que engloba y expande la conciencia. En este plano es donde se viven estados conocidos como «experiencias cumbre».
Se podría decir que el plano horizontal nos acerca al alma y al cuerpo, mientras que el vertical nos conecta con el espíritu y con fuerzas transpersonales. Ambas dimensiones son necesarias y deben integrarse para tener una experiencia plena.